En un páramo desierto yace el cuerpo ahí, a la vuelta de dos esquinas, azulado rígido y trémulo, el pasado me acostumbraba a confiar en mi sangre derramada en palabras y confiaba, un día llegó, desentendiendo mis señales; como no atendiendo, desobedeciendo, una brisa de mares calmos un entretejido de rosas y lirios flotantes supe que algo rondaba entre la arena y el ocaso de mis acciones.
Y te vi, me metí en la piedra a verte desde mis ojos pintados con aceites sobre el barro,
te posaste dando vueltas en el aire sobre esa misma cárcel, acariciaste la roca con una mirada desenfrenada y… un leve sacudir de hojas de tilo en otoño. Desperté vomitado por mi mismo en un retorcerme la armadura a base de hechizos de pestañas y medias sombras, quisiera, devolverte eso, una simple misiva, un gesto particular o hasta un caramelo después del trabajo.
Nada muta en estos suelos rugosos de esperar un mejor viento, que ya esta cruzando en un café terminado, en un adiós inconcluso en el jardín floreado de tu alma. Mi avatar de espejos tenues y los mil colibrí de esta ternura, si algo te pasara cada grano de esta arena que es mi cuerpo no descansaría ni horas, hasta dar vuelta el mundo ahogándole en su propia agua de lagrimas.
Si quisieras podrías llorar tus últimas penas en un hombro tan duro que estallaría
a tu parpadear necesito verte llegar envuelto de sonrisas.
lunes, 8 de junio de 2009
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